Quiero compartir con vosotros una historia real que me sucedió en mi viaje a Kampala, concretamente a un barrio de Nsambya en el que estuve viviendo como uno más durante una intensa semana. La historia de Merina, ya no es más su historia; a partir de ahora es nuestra historia, la de todos aquellos que puedan visualizar a través de este relato, lo dura que es la vida en algunas partes del mundo y como con muy poquito, podemos ayudar a que las cosas cambien.

Como nos marca donde nacemos

Una noche más y ya iban más de 7, Merina se recogía en el escalón de acceso a su casa, en una calle oscura y fría a la vez que peligrosa. Se abrigaba todo lo que podía metiendo las manos debajo de la chaqueta que su madre, unos meses antes, le había dado. El uniforme del colegio que llevaba puesto era un vestido de falda y mangas cortas, y Merina aprovechaba al máximo la chaqueta de su madre para intentar cubrir todo lo que podía su cuerpo. Aún así y hasta que consiguiera quedarse dormida tenía que convivir con su incansable tiritona. Una vez más, el padre no había aparecido y ella tenía que dormir en la calle, en aquel escalón frio de la entrada a la casa.

Unos meses antes, sus padres habían decidido separarse. La situación de extrema pobreza en la que vivían los había llevado a tomar la decisión de que la madre se hiciera cargo del pequeño (Abraham de 6 años) y de que el padre se encargara de intentar dar de comer y cuidar a su hija Merina (9 años).

El padre llevaba tiempo perdido por la desesperación de no tener nada; ¡darme un poco de más de tiempo y entenderéis poco a poco que quiero decir con nada! 

En esa situación vagaba borracho por las calles buscando algo que echarse a la boca y ya hacía tiempo, que, aunque él era el responsable de su hija, no se acordaba de ella.

La madre tuvo que tomar la decisión de separarse de su hija para intentar salvar a uno, al pequeño en este caso. Deambulaba por las calles buscando algo que hacer, algo que comer, cuidando de su hijo Abraham.

Merina sabía que si conseguía dormir aquella noche, por el día iría al colegio, en el que sin pagar nada la habían acogido y la daban de comer una vez al día, y podría jugar con otros niños y lo mas importante, podía ver a su hermano al que su madre dejaba todos los días a primera hora y recogía a última hora de la tarde. Después de enterarme de lo que sucedía recordé que Merina llegaba de las primeras al cole, no sólo para ver y jugar con su hermano sino también para ver a su madre. Su madre se acercaba a ella en silencio y en voz muy baja la preguntaba cómo estaba y luego la miraba con profunda pena y se iba.

Nacer en un sitio u en otro nos marca y nos hace diferentes desde el primer día, hora, minuto, segundo de nuestras vidas. Nacer en Nsambya (Kampala-Uganda) o nacer en Madrid (España). Solo nacer en un sitio ya nos marca de por vida, independientemente de nuestros actos, nuestra fuerza de voluntad, compromiso, ganas de trabajar, etc. Da igual, simplemente nacer en un sitio o en otro provoca que tengamos acceso a miles de posibilidades o a solo a algunas como la posibilidad de seguir vivo un tiempo o no, o de poder disfrutar de una vida con tu hermano, madre y padre., 

This is Africa

Merina despertó pronto. Era aún de noche y ya estaba en los grifos del pueblo lavándose como podía la cara, las manos y enjuagándose la boca. Con los primeros rayos de sol ya estaba de camino al colegio, donde vería a su hermano y podría ver, aunque fugazmente a su madre. Eso y poder comer era suficiente para superar el cansancio y el frio de llevar ya más de una semana durmiendo es esas condiciones.

Aquel día, 19/08/2019 me encontraría con ella, de alguna forma nuestras vidas cambiarían.

Después de estar esperando una hora en el aeropuerto, llegaron a recogerme. Reconozco que allí, según llegué, me sentí incómodo. Todos me parecían Peter, la persona que iba a venir a recogerme. Hasta el punto que tuve que buscar una foto en el móvil y cuando alguien se me acercaba miraba la foto y así sabía que no era él. Esta sensación la tuve durante más de un día; curiosamente, días después, conocía cada cara, muchos nombres de niños y padres y madres del cole. Del aeropuerto a Zsambia había unos 40/50 minutos. Peter, el director del colegio y un ángel que ha puesto Dios allí, en ese sitio olvidado, me dijo que me llevarían por la carretera de principal para que llegáramos antes.

De camino, el taxi, en medio de la nada, se quedó sin gasolina. Yo no daba crédito, pero claro mas de la mitad de los sensores, aún mecánicos del coche, estaban rotos y el coche decidió avisar parándose. Yo no hacía mas que preguntar: “ahora que vamos a hacer” y ellos, muy tranquilos me dijeron: “pues ir a por gasolina” Allí, en medio de una carretera principal pararon una moto con la que negociaron que les llevara y trajera a la gasolinera mas cercana y allí, en aquella moto por denominarlo de alguna forma, se fue el taxista con una persona que no conocía de nada a por gasolina. A los 30 minutos volvió, echó gasolina y seguimos nuestro camino. Peter me vio la cara y me dijo, no te olvides nunca durante estos días con nosotros de lo siguiente: “This is real Africa!! Africa no es lo que veis por los ojos de los turistas que van a los safaris y a las excursiones, Africa en más de un 90% es lo que vas a ver, sentir, oler. Por favor cada vez que algo te descoloque piensa: This is Africa!!”.

Del miedo a la felicidad

Después de hora y media y de que nos parara la policía para pedirnos dinero, porque claro, iba un hombre blanco (muzungu) dentro del coche, llegamos al slum área dentro del barrio de Nsambya donde está el colegio al que estamos ayudando Rising Stars Primary and Nursery School. No sé como explicaros, pero cuando digo «slum área» creo que es necesario matizar bien que es esto en este caso o bien, explicaros lo que sentí para que os podáis hacer una idea.

Os diré que cuando me baje del coche porque el resto del camino había que hacerlo andando, lo primero que sentí fue miedo y preocupación por mi vida. Según iba bajando la calle e íbamos acercándonos más y más al barrio, más y más miedo tenía. No podía dar crédito de lo que estaba viendo, era mucho peor de lo que podía haber imaginado.

De repente, cuando más miedo sentía, llegamos al colegio y allí estaban más de 100 niños cantándome y agradeciendo todo lo poco que estábamos haciendo por ellos. Recuerdo quedarme en shock y olvidar por completo dónde estaba. Todos aquellos niños sonriendo, corriendo, jugando, cantando y bailando, felices, muy felices. Nunca olvidaré ese momento si bien, ese momento lo llegué a poner en valor días después cuando entendí que son felices sin tener nada.

Allí estaba Merina. Era una más de las que me cogían extrañados, los pelos de los brazos, el reloj, la “kigualata” mi calva, etc. Era una mas de los que querían que solo les diera la mano y no la soltara. Siendo una mas, desde el principio se la veía preocupada porque los niños, en su afán de acercarse a mí, no se hicieran daño los unos a los otros.

Aquel día fue tremendo, pero había que intentar descansar porque al día siguiente íbamos a hacer algo con algunos niños del cole (unos 50, aquellos que sus padres habían podido aportar algo), totalmente increíble para ellos, llevarlos al Zoo de Kampala. Solo salir del poblado y ver un autobús era algo especial para todos ellos, niños y profesores.

Meses antes, cuando Peter se enteró que iría a finales de agosto, me puso un mail proponiéndome un trato. Yo podía buscar un hotel cercano a la zona o podía ir a su casa a vivir con ellos una semana y a cambio, lo que me había ahorrado en el hotel podía dedicarlo a hacer algo muy especial con los niños, llevarlos al Zoo en su última semana de clase. Acepté el ofrecimiento.

un dia en el Zoo

Al día siguiente fuimos al Zoo. Peter me levantó a las 4:30 de la mañana porque había que hacer muchas cosas para preparar el viaje. Las cosas no funcionan como aquí. 

Peter, conmigo medio dormido aún, caminamos por el poblado en completa oscuridad antes de que saliera el sol. Casa por casa, iba animando a los padres a que sus hijos participarán de aquella experiencia que sería inolvidable. La mayoría no podían permitirse poner nada, aunque solo se les pidiera por la entrada al Zoo y esto fuera el equivalente a 2 €, otros podían pagar la mitad, otros una pequeña parte. Todos eran conscientes de que el resto, transporte, profesores, comida y bebida lo pagaba el colegio.

Peter sabía de la historia de cada familia del pueblo y sabía perfectamente qué padres, cuándo podían, aportaban algo a la educación de sus hijos y cuales no. También sabía que niños eran brillantes incluso en situaciones muy duras. Sabía perfectamente con quienes tenía que hacer el esfuerzo de que, incluso no pagando nada, fueran al viaje. Él decía que creía que podían ser 70 al final y así había hecho todos los cálculos. Un autobús y un taxi serían suficientes. El autobús llevaría uno 60 niños y en el taxi iríamos 10 niños y los 7 u 8 que íbamos de organización, profesores, cocineros, Peter y yo. Para que nos situemos, el autobús es uno de esos que aquí llamamos microbús y un taxi es como una furgoneta Vito. En un microbús en España entran unas 20 personas, y en una furgoneta de ese estilo pueden ir unas 9, 10 personas.

Después de recorrer buena parte del pueblo, volvimos a casa a por un té y una rebanada de pan sin nada (ese era su desayuno diario). En seguida nos preparamos y a las 7 estábamos de camino al cole, sorteando la basura infinita que colma cada rincón del poblado, saltando cada arroyo de aguas fecales que atravesábamos, mirando muy bien donde pisar para no caer a esas acequias llenas de ratas.

Cuando llegamos al cole, ya había muchos niños jugando en el pequeño patio con algunos profesores que cuidaban de ellos. Todos estaban muy excitados y nerviosos.

Empezaron a contar niños, cosa que hicieron cada media hora hasta casi las 13h. Cada media hora salían 10 niños más en la cuenta. La gestión de Peter fue ir hablando con no sé cuantas madres y algunos padres que se acercaban a hablar con el sobre lo que podían hacer este mes, el siguiente o algún día para que su hijo pudiera ir. Peter no apuntaba nada, pero tenía cada detalle en la cabeza.

A eso de las 13h, nos avisaron de que el autobús había llegado hasta la parte alta del pueblo y una última cuenta arrojo el número de 115 niños. Las caras de los profesores eran de preocupación y todos preguntaban a Peter qué iban a hacer. Peter con suma tranquilidad les decía que volvieran a contarlos en lo que él ya estaba viendo, no solo como conseguir que le dejaran montar por autobús más niños de los permitidos sino, como conseguir otro autobús.

Al final, se consiguió. Tengo las imágenes grabadas a fuego en la retina de aquellos autobuses llenos de niños bailando y cantando, super nerviosos por la experiencia que iban o estaban ya viviendo.

de camino a casa de Merina

Tuve un día complicado con el estómago creo que provocado algo por la comida, pero también por el estrés de la situación de 115 niños pequeños movilizándose a un Zoo con 8 personas para controlar todo. Luego ya en el Zoo más relajado, había momentos que buscaba la forma de sentarme a descansar y allí se acercaban algunos niños como Maria, Adam, Ino y Merina. En inglés nos entendíamos bastante bien y me contaban cosas al igual que me preguntaban. Les gustaba contar lo buenos que eran en el cole con sus notas, era como si fuera su principal preocupación, que yo supiera que ellos se estaban esforzando mucho por las notas. Días después entendí que detrás de eso estaba el miedo inocente a que por sacar malas notas o no tan buenas, tuvieran que abandonar el colegio y no pudieran comer todos los días. Si, así como suena, su problema, su único problema era poder comer un plato de arroz cada día.

A la vuelta del Zoo, pensé que todos los padres estarían esperando a sus hijos, pero no, poco a poco durante la tarde y la noche, iban llegando a recogerles. Al final solo quedaba una niña que intentó varias veces irse sola pero que los profesores no la dejaron. Esa niña era Merina.

Le preguntamos a Merina si iba a venir alguien a buscarla y nos decía que no sabía. Peter le preguntó por su hermano Abraham y teacher Angela, contestó: “se la ha llevado la madre”. La cara de Peter era de confusión. ¿Porqué la madre no se había llevado a Merina?.

Merina nos dijo que ella vivía con su padre y que no había problema en irse a casa sola. Era casi la 1 a.m. de la mañana, plena oscuridad, especialmente allí que como no sé si os he comentado, solo algunos y en algunas calles del poblado tienen algo de luz. Los profesores dijeron ok a que la niña se fuera sola y yo miré a Peter indicándole que no podíamos dejarla ir sola. Peter enseguida me dijo: “esto es Africa, pero entiendo lo que te pasa, yo la llevo”. Yo le dije que le acompañaba y me comentó que le barrio de Merina es una zona peligrosa. «¿Peligrosa?», pregunté,  «¿Mas peligrosa que la zona donde estábamos?» pensé. Dije que le acompañaba y empezamos a intentar descubrir dónde vivía, porque más de una vez Merina decía: “ya está, es ahí, ya me habéis traído, gracias”. Nos quedábamos mirándola y veíamos que no entraba, no era su casa. Algo pasaba.

Finalmente nos llevó hasta casa del padre. Llamamos mil veces con el objetivo de que alguien abriera y nadie abrió. Solo un vecino asustado, asomó la cabeza por la ventana de la casa de al lado y nos dijo que en esa casa hacía tiempo que no vivía nadie. Le preguntamos por la niña y nos dijo que sí, que la había visto varias noches durmiendo en la calle apoyada en el escalón de la puerta. Nos explicó que el padre bebía y qué hacía tiempo que no aparecía.

no pude soportar aquella situación

“¿Y ahora qué?» le dije a Peter. Peter me explicó que hay miles de niños en situaciones como esa, incluso peores y que no podíamos hacer nada por ella, y que al menos esa niña en el colegio comía todos los días.

Nos empezamos a alejar viendo cómo Merina se recostaba en el escalón de aquella casa vacía en aquella calle oscura y fría. 

No lo soporté. Me paré y le dije a Peter que no podría cambiar nada, que lo entendía, pero que necesitaba que al menos esa noche, aquella niña cenara y durmiera caliente en una cama. Peter me mostró comprensión con su mirada y asintió. Le puse mi sudadera para que entrara en calor y le di unas galletas que llevaba en la mochila para el camino de vuelta.

Cuando nos íbamos, un grupo de hombres nos paró. Sentí bastante miedo hasta que entendí que nos estaban pidiendo explicaciones de porque nos llevábamos a la niña. La niña, aunque durmiera en la calle, era de esa casa y no sabían qué queríamos hacer con ella. La desaparición de niños en estas zonas de Africa es, podríamos decir, normal; venta de órganos y no sé que otras cosas, y aquellos vecinos, unidos, estaban asegurando que la niña estaba en buenas manos. El cura de la zona, papel de tremenda importancia en el pueblo, se acercó, conocía perfectamente a Peter y a Merina. Después de escucharnos entendió la situación y convención a su gente de que nos dejaran llevarla aquella noche. Nos acompañó durante parte del camino de vuelta a casa de Peter y en el camino nos fue explicando que la madre de Merina, con su hermano Abraham, dormían cada noche, como otros muchos, en la iglesia.

Acordamos volver con la niña por la mañana y preguntar que se podía hacer.

Merina no habló en toda la noche. Nos miraba cómo diciendo porque hacen esto por mí.

Yo aquella noche no paraba de hablar a Peter intentado entender, pero era incapaz. Es difícil intentar entender cosas que ocurren en un mundo del que la gente piensa que no existe y, o no quieren ver, o nuestra mente no está dispuesta a aceptar. La gente necesita poder procesar las cosas y sentirse bien, aunque vivamos en un mundo que permite este tipo de cosas.

Después de mucha conversación, convencí a Peter de que Merina se quedará en su casa a vivir con sus dos hijas. El no hacía mas que decirme que como Merina había miles y que yo tenía que estar tranquilo, pero yo tenía su cara grabada y no podía dejar que aquello siguiera así.

la mejor decisión entre todos

A la mañana, antes del cole, fuimos con Merina a la zona de la noche anterior para hablar con el cura y nos encontramos unas 8 personas representantes de la comunidad esperándonos. Allí comparten cosas en comunidad, deciden cosas juntos y estaban esperando para dar su opinión. Peter explicó lo sucedido y al rato planteó la opción de que él podía encargarse de la niña. Toda la comunidad estaba muy contenta de ver que aquella niña podía tener una vida mejor, pero había que hablarlo con la madre. Estuvimos casi una hora hablando hasta que llegó la madre con Abraham, su hijo de la mano. Merina estaba agarrada a mi mano y miró a la madre de lejos pero no fue con ella. Yo me quedé muy sorprendido.

La madre escuchó lo sucedido y la situación. Llorando sin fuerzas, muy débil por falta de alimento, escuchaba como su hija tenía una oportunidad en otro barrio, con una buena persona, pero no estaba feliz sino mas bien todo lo contrario, estaba hundida.

Yo irrumpí en la reunión proponiendo que me gustaría que le contarán a Merina la opción que se estaba planteando; necesitaba ver las reacciones. Todos me miraron algo extrañados, pero accedieron. Peter procedió a explicar pausadamente lo que estaban hablando y al final, Merina rompió a llorar y se fue corriendo a abrazar a su madre y a su hermano. Ella quería vivir con su madre y con su hermano y si tenía que estar en la calle le daba igual. La madre que meses antes había tomado la decisión de hacerse cargo solo de Abraham por la desesperanza de no poder dar de comer a los dos, la miraba y con sus ojos la pedía perdón por haberla abandonado en manos del padre.

En ese momento pensé que no era la mejor opción y que la mejor opción era dar una oportunidad a esa madre. Que tuviera una ayuda, un tiempo limitado, con el objetivo de que fuera autosuficiente en algún momento. Planteé el tema a Peter y hicimos unas cuentas. Estábamos apartados y las caras del resto de la gente, eran de dudas sobre lo que estaba pasando. Minutos después le pedí a Peter que explicará lo que yo pensaba que era mejor en ese caso. Una vez lo iban entendiendo, me preguntaban todo el tiempo que si estaba seguro y todos, me daban las gracias como si fuera algo para ellos. Ayudar a que esa familia salga adelante viviendo juntos, comiendo, con una bombilla de luz en la casa, pudiendo vestirse y poco más, me supone 50/60€.

Yo había puesto mi parte, pero ellos como comunidad tenían que poner los suyo. Así me dijo una de las madres del barrio y empezaron a organizarse para que aquella apuesta fuera una apuesta de todos. Algunos se encargarían de ayudarla a buscar casa, otros de acompañarla a comprar para que cuando lo hiciera, lo hiciera con criterio, otros la ayudarían a buscar trabajo. Menudo ejemplo de sociedad que se ayuda en comunidad. La encargada en la comunidad de los derechos de los niños, nos pidió datos a todos y todos firmamos un contrato comprometiéndonos a ayudar. Aquella persona ocupaba dicho cargo, sin cobrar nada, para velar por ese aspecto en su comunidad, había otro que se encargaba de las «infraestructuras», el cura que se ocupaba de la gente, y así todos desempeñaban papeles importantes para la comunidad.

mi nueva familia

Al día siguiente buscamos casa y al otro, esa familia ya estaba viviendo juntos, muy cerca del cole en una casa que si bien era aún mas humilde que la que hubiera podido tener por el presupuesto que le dimos, era mas segura por las noches para los niños pues tenía un pequeño patio interior donde podían jugar por la noche sin salir, lo cual era la principal preocupación de la madre. Si están seguros cuando juegan no desaparecen.

 

Una casa normal en este poblado es un espacio de unos 15 m2, donde tienen un colchón (donde duermen los 3), donde cocinan con un hornillo con carbón y donde guardan sus dos garrafas de agua que recogen en una parte del pueblo, y con la que se lavan, beben, etc. Para sentarse en la casa, ellos recogen la cama, apoyando en la pared el colchón y en el suelo, a lo mejor en algún cojín se sientan a compartir contigo un te. Una casa mas segura o no, aparte de la calle donde esté, depende de que la casa esté dentro de un mini patio al que se accede con otra puerta y ese mismo patio lo comparten 3 o 4 familias.

 

Al día siguiente, era el día de entrega de notas del trimestre a los padres. Allí se aceraban todas las familias a hablar con los profesores sobre el progreso de sus chavales. Revisando los libros de deberes que tenían y las calificaciones que habían obtenido.

 

De camino al colegio, se nos aceraban las familias a dar las gracias porque se habían enterado de lo sucedido con Merina. Aún con algunos prejuicios en mi cabeza, pensaba que se me acercaban y que me pedirían algo, pero jamás ocurrió eso. Solo querían agradecer que hubiera estado allí esos días compartiendo con ellos y darme las gracias por lo que había hecho por Merina. Recuerdo que cuando veíamos niños de colegio estos corrían a darme la mano y a caminar conmigo por el poblado de camino al cole pero también recuerdo que de cada casa salían montones de niños sonriendo que no sabían quien era pero me decían hola y me sonreían.

 

En el cole estuvimos con todos los padres reunidos hablando de cómo se podía mejorar. Luego hablando con cada familia.

Solo transmitían felicidad, agradecimiento por todo.

 

Mas tarde, llegamos al colegio y estuve en el patio sentado revisando las notas de muchos niños que orgullosos, querían enseñármelas. Por fin, llegó Merina con su madre y su hermano de la mano. Las caras eran otras, habían dormido y comido, había aprovisionado judías y arroz en la casa, el carbón, el hornillo, etc. Lo primero que hizo la madre es tirarse al suelo y darme las gracias por todo. Yo la hice levantarse y nos fundimos en un abrazo al que se unieron Merina y su hermano.

 

Luego, nos pusimos a revisar los expedientes de Merina y Abraham. Los dos hermanos eran brillantes, si bien, Merina en las ultimas semanas había empeorado (ya sabéis porqué). Me prometió que volvería a sacar buenas notas. Yo le prometí que estaría pendiente desde la distancia de su evolución. Le dije que le regalaría una foto de ambos juntos con su familia y que la misma foto la podría yo en mi casa.

 

Yo sé que tienen mi foto puesta en la pared de la casa. Pregunto por ellos a menudo y sé que ellos preguntan por mi. Son parte de mi familia y yo, con mi familia, espero ser parte de la suya.

 

Sé que es Africa, “real Africa” y que no podemos hacer nada para arreglar todo de golpe. Pero si cada uno de nosotros ayudamos, aunque sea un poquito, podríamos conseguir, sin duda, que unos pocos de niños vivan mejor, que un barrio salga adelante, y que el mundo de una forma o de otra, cada día, sea un mundo mejor, mas justo y no tan dependiente del sitio en el que naciste.

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